He pasado la tarde ordenando fotos. Con la lupa mil veces remendada de Baba (la usaba para escudriñar el "Hola" hasta los últimos detalles, mientras yo hacía lo propio - sin lupa- con el "Semana"), un lápiz y muchas cajas de zapatos.
Ha sido una de las meriendas más multitudinarias que se han dado en El Sitio. Vinieron parientes hasta del siglo diecinueve. Otros, más jovencitos de los primeros años del siglo veinte, en sus diminutas ventanas, festoneadas de "piquitos" blancos, y que hacían muecas sólo visibles con la lupa.
También estaba E., en plena cacería entre las plantas del patio de su casa de la Rambla; con salacot y mortífera escopeta que, al disparar, lanzaba un corcho atado a un cordoncito. M., subida en un caballo enorme y desgarbado; en su pose de amazona destacan los ojos brillantes, a saber qué aventura estaba viviendo sin que nadie más lo supiera.
Luego, E. y M. en plan romántico, paseando por el Camino Largo. El, pelo-brillantina y corbata estrecha. Ella, falda tubo y pelo cardado. No son mis padres porque, en ese momento, yo no era aún ni proyecto. No existía ni siquiera en el pensamiento de otros. Son dos personas a las que nunca conocí, viviendo un enamoramiento; lo que vendrá después, ni ellos mismos lo saben. Caminan por una página totalmente en blanco; van dejando detrás las marcas de sus pasos en forma de historia ya real, pero la tierra que pisan de cada vez, es nueva, sin estrenar.
También apareció un bebé risueño, mofletudo, con michelines en piernas y brazos (¿por qué eso es gracioso en un bebé y penoso en una adulta? Protesto enérgicamente), una frente gigantesca y muy poco pelo. Tampoco esa soy yo, qué va. Esa es una niña sin bola de cristal que le diga lo que será, será. Me cae bien, y al mismo tiempo me produce ternura y un poco de pena. ¿Podría haber sido su vida distinta, mejor, si yo no me hubiera empeñado en elegir este camino, y no el otro?
El Sitio se llenó de espíritus, y recuperé el intenso sentimiento de pertenencia, la impresión de ser un retal de colores en una inmensa colcha de "patchwork". Y me pido tener forma de estrella.
Me encanta tener gente a merendar.
4 comments:
En casa también se guardaban las fotos en caja de zapatos.. y, cuando estábamos malos, mi madre siempre nos la traía para que nos distrajerámos. Los niños de entonces cuando teníamos fiebre guardábamos cama. Ella nos hacía nuestros ratitos de compañia, tejiendo jerseys, repasando ropa,mientras iba y venía a la cocina. Recuerdo que cuando pasábamos una enfermedad infantil, venía el médico a vernos,que era amigo de la familia, supongo que en todas las casas era igual, y le decía a mi madre: " es sarampión, ponlos a todos juntos para que lo pasen de una vez"... Entonces había "peloteras" por la caja de zapatos con las fotos.. je, je...
Como me hubiera gustado estar en esa Merienda de recuerdos, que agradable.
Aqui tengo montones de fotos guardadas en las carteras viejas, por la humedad las cajas se van desbaratando.
Cuando quieras vente para que conozcas a la Ñeca de cerca, para mi será un placer enorme tenerlos en mi casa a ti y a Pulgón.
Un beso
Adela
Esa herencia tiene un valor incalculable. Qué envidia de merienda.
Ohhhhhhhhhhh, como me gustan a mi esas meriendas...yo tengo un problema, acaban saliendo de las cajas y llenando las paredes...pero así meriendo con todos más a menudo...no?
Cualquier día me cojo un avión y me planto allí a merendar contigo...eso sí, yo llevaré junto con mi espíritu mi carne, porque espero que me deleites con algo menos sútil y entrañable que fotos en cajas de zapatos, un buen bizcocho....
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