25 June, 2006

Harry Potter y el Cáliz de Fuego

Hoy he terminado el cuarto libro de Harry Potter; me lo prestó Meme (y no estoy segura de devolvérselo en perfectas condiciones, ups...). Lo terminé de leer sentada con el Pulgón en el Parque Remodelado que, por cierto, merece un Notable alto. Iba dispuesta a suspenderlo con un menos algo, y al final me ha encantado; sigue teniendo rincones especiales, aunque la tala de árboles haya sido, en verdad, drástica. Nos sentamos en un paseo con arcos y estatuas italianas, cerca de la fuente de La Gorda (la Fecundidad, lo sé, pero siempre se ha llamado La Gorda, y no es un insulto, es una escultura bellísima). El Pulgón con su periódico y la revista dominical, y yo con mis dos últimos capítulos de el Cáliz de Fuego; Coca-Colas y un paquete de Skittles.
El final es apasionante, creo que es el que he devorado con más ganas. Es un universo tan abarrotado de personajes, situaciones, aventuras y toneladas de magia, que cada vez que me relaciono con un libro de la saga, me siento transportada y, bastante tiempo después de dejarlo en su estante, sigo buscando a mi alrededor, en la vida cotidiana, signos de la presencia de los magos, los gigantes, los muggles (que soy yo). Y por las noches, cuando oigo una lechuza (coruja se llama por aquí), sé que está llevando una carta o un paquete a alguien. Me encantaría ser maga, o bruja. Y sería fantástico estudiar en Hogwarts. Empezar el Primer Curso en el Gran Comedor, y ponerme el Sombrero, para que me dijera a qué casa pertenezco. Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff, y los negros Slytherin. ¡Qué nombres tan bonitos!
Recomiendo a cualquier adulto al que le guste la lectura que de una oportunidad a estos libros. Bien escritos (sin alardes), entretenidos y, a diferencia de otros relatos infantiles o juveniles, aquí el Mal está presente desde el principio; se puede combatir, pero no siempre se consigue eliminar. Recuerdo los malos de "Los Cinco" o "El Club de los Siete Secretos" y me parecen enternecedores pero un poco ñoños y alejados de lo que después he conocido como "los malos" (todos los hemos conocido, en un momento u otro de nuestras vidas). Voldemort es malo malísimo, y lo peor de todo, tiene partidarios, que lo han elegido libremente. ¿Habrá algo más real que eso? Quizá no es una lectura apropiada para según qué edades, pero hace que los niños se enfrenten a las cosas oscuras de la vida con la esperanza de que ellos mismos pueden combatirlas. Porque Harry no tiene superpoderes (bueno, es mago, pero una vez te metes en el libro, ya no te parece tan extraordinario, je, je), sólo es un niño que intenta hacer las cosas bien; sobre todo, procura no hacer daño a los demás, quiere mucho a sus amigos, respeta a sus profesores. Cualquiera (niño y no tan niño) puede ser Harry y, a veces sin saber bien de dónde se han salido las fuerzas y los recursos, cambiar una situación mala para todos y convertirla en otra que mejore la vida de alguien.
Claro que, todo esto, lo pienso cuando ya me he tragado el libro casi sin masticar. Mientras lo leo, sólo sé que en Hogwarts hay algunos pasillos en los que la corriente de aire es malísima para los huesos...


22 June, 2006

Dudo


Yo de mayor quiero ser como Dudo.
Sus comienzos fueron difíciles, no recuerda nada de su nacimiento, sólo que pasó de pronto, de la tibieza y el silencio, a un contenedor de basura. Sin paradas. Con otros dos hermanos, en una bolsa de supermercado. Alguien pasaba por allí, vio la bolsa moverse y los recogió, con el cordón umbilical aún húmedo. Y ese alguien, una desconocida, gracias a que el Destino movió los hilos necesarios, terminó ofreciéndome a mí a Dudo.
Su segunda dificultad fue la dueña que el humorístico Destino le adjudicó. No contenta con llamarlo Elsa, a él, todo masculinidad, le daba biberones cada dos horas siempre que estuviera el sol alto en el horizonte; en cuanto oscurecía, los intervalos de dos horas iban prolongándose hasta que Dudo-Elsa, fuera de sí de indignación, hacía ruidos varios que conseguían que su dueña le diera un biberón ¡frío!
Superada esta traumática infancia, y una vez el veterinario hubo declarado como altamente inconveniente el nombre de Elsa para un gato macho, Dudo creció mucho, descubrió las ventanas abiertas, y que había un mundo inmenso ahí fuera. Poco a poco fue aventurándose, hasta que encontró graves dificultades que nunca he logrado averiguar, pero que tuvieron consecuencias nefastas para su integridad física. Volvía de sus excursiones "hecho unos zorros", cabizbajo, herido, humillado... Así que tomé la decisión de salvarle la vida, una vez más, y, con la ayuda de la veterinaria, lo hicimos un poco más Elsa. Le quitamos su fuente de desasosiego y lo convertimos en un gato gordo, feliz, sin preocupaciones.
A partir de ahí, el Universo Conocido se redujo un poco. Las ventanas abiertas perdieron todo interés, y el rayito de sol que entra por la mañana en la sala, y por la tarde en la cocina, fueron más que suficientes para sus necesidades de vitamina D; aunque no estoy del todo segura de que tome el sol por ese motivo.
Ahora ha llegado a la avanzada edad de once años. Su rutina diaria empieza entrando en el dormitorio cuando el Pulgón y yo tenemos la decencia de abandonarlo; nos mira con cara hosca y dolida, vuelve la cabeza y avanza con parsimonia hacia el edredón, que aún conserva el calor de la noche de sueño. Pasa la mañana entre el edredón y el alfeizar de la ventana, donde le da el sol tamizado por los árboles, y a través de la que mira el jardín, donde los perros gastan una cantidad enorme de energía, en un despliegue de juegos vanos e infantiles que él nunca entenderá. Los mira con desprecio, o quizá intrigado y con espíritu científico. Quién sabe cuáles son sus reflexiones.
A media mañana le entra hambre y se dirige sin prisas (siempre sin prisas, todavía queda mucho día por delante, no hay que precipitar los placeres) a su comedero. Sólo ahora, a sus once años, ha descubierto que hay alguna comida en el mundo que no le gusta: el pienso marca "Blacky" que le compré el otro día. Lo sé, soy cruel, ningún dueño de gato que lo quisiera de verdad haría algo semejante. Diré en mi defensa que era una situación apurada, y era la única marca que vendían en el supermercado al que voy. El pienso para gatos "Blacky" consta de corazónes color hígado (seguramente, sólo el color), huesitos color zanahoria (¿a quién se le ha ocurrido poner huesitos en un pienso para gatos?) y rombos color pollo. Pues Dudo sólo quiere los corazones. No creo que esté enamorado, quizá tienen un gusto que tolera. Pero los huesitos y los rombos le inspiran una profunda repugnancia, de manera que se dedica durante largo rato a separar con la pata lo que no le gusta y a tirarlo fuera del comedero, por si "esos perros" quieren comérselo. Bebe unos sorbos de agua de su taza especial, y vuelve al edredón o al solarium.
Unas horas después del frugal desayuno, la Naturaleza hace su llamada, y hay que atenderla. Se encamina lentamente a su retrete (intento que sea inodoro, pero por el momento, es retrete), una bandeja de arena con su tapa, para que haya más intimidad. Al entrar lo recibe un fuerte olor a amoníaco, porque su dueña, evidenciando una dejadez intolerable, hace días que no le cambia la arena. Sumido en negros pensamientos, se dirige al cuarto de baño, cuya puerta alguien, imprudentemente, ha dejado abierta y allí, en el suelo, al lado del inodoro (éste sí) humano, cumple con ambas funciones naturales, a saber: aguas mayores y aguas menores. Esto lo hace por el simple placer de fastidiar, y como denuncia pública del mal trato y vejaciones a que se ve sometido.
La tarde trae nuevos retos, pues hay que cambiar de ventana. La de la cocina da a la calle, por la que pasan perros, viandantes y coches. Dudo reflexiona acerca de todo lo que ve, y debe ser una actividad muy entretenida, porque puede estar horas en la misma posición.
Cuando el sol empieza a ponerse, es el momento de acomodarse en el sillón de la sala, esperando a que el Pulgón y yo nos sentemos a ver la tele, y acurrucarse en medio. Es su hora de ponerse cariñoso. Le gusta que le hagan caso, que le den calorcito y caricias. Y, si nos esmeramos, al final se duerme profundamente.
En general no es una mala vida.

21 June, 2006

Miedo

Baba se cayó esta tarde. En su obsesiva precipitación, quiso comprobar por enésima vez que el taxi que esperaba, efectivamente, asomaba al principio de la Rambla. No sé a dónde iba esta tarde. Probablemente uno de sus planes de estos últimos tiempos, tan distintos a las tardes de canasta en el Casino, a las visitas a tia Consuelo, en las que hacía de enfermera y no de enferma, a las meriendas de miércoles como la de la foto. No, últimamente el miedo no la deja hacer lo que hacía antes. Se resiste como una fiera a dejarse vencer, a dejar de maquillarse, de vestirse y ponerse sus perlas y su alianza diminuta. Busca deseperada un plan, un objetivo, una misión para cada tarde de cada semana de cada mes. Algo que la obligue a salir de la casa, por si al mismo tiempo, le abriera un resquicio, aunque fuera pequeño, por el que salir del miedo.
¿Dónde quería ir hoy? Me lo pregunto una y otra vez, aunque no tiene ninguna importancia. Pero ¿a dónde iba? ¿A casa de su amiga de los lunes, donde rezan el rosario y "unas oraciones tan bonitas" (dicho esto, siempre me recita una de San Juan de la Cruz)? ¿A casa de su tia (aunque parezca una errata, mi abuela de noventa y dos años, tiene una tía)? ¿Dónde iría? Sé dónde y cómo terminó su tarde, pero no sé cuál era su misión de hoy, su salvavidas de hoy.
Su tarde terminó en el servicio de urgencias. Un chichón, un ojo morado y las rodillas desolladas e hinchadas. Y el miedo, multiplicado por mil. El miedo, crecido, enorme, reluciente, fuerte, invencible. El miedo, que es lo único constante y seguro , lo único que siempre está ahí. Maldito sea. Arruinando lo último que le queda.
La fui a ver muy tarde, cuando salí de trabajar. La encontré arreglada, con una chaqueta de verano blanca y negra, rimmel y perlas. La acompañé a acostarse y vi su cuerpo consumido, encogido, aplastado por el miedo. Le di un beso de buenas noches y la dejé rezando el rosario, dejándose acunar por lo único a lo que no teme. Le doy gracias a Dios por eso.

16 June, 2006

Al fin en casa


Brocha está en casa. Por fin. Con un montón de plaquetas, un apetito descomunal y mucho, mucho mimo. Te mira desde el fondo de su campana con esos ojos enormes, color canela, y estás perdido.
La sensación de alivio es tan grande, que no recuerdo haberla sentido igual antes. Ahora está echada a mis pies, a pesar de que los otros perros están en la sala, con el Pulgón, viendo televisión; y a pesar de que en la sala tiene su alfombra favorita, colocada estratégicamente debajo de la mesa. Pero ella quiere estar conmigo.
No sé si me habrá echado de menos, no puedo imaginar el pensamiento de los perros, si localizan los afectos y la seguridad en una persona, o en un conjunto de olores, sonidos y sensaciones. La realidad es que está aquí, a mis pies, mientras escribo en esta noche feliz, después de un dia largo y muy, muy intenso.

15 June, 2006

Más Brocha


Cómo cambia todo en un sólo día. O a lo mejor sólo cambio yo, que me sacudo mis pesimismos e intento mirar la realidad con las gafas bien limpias. Brocha está recuperándose asombrosamente bien, come con el apetito de una chicarrona del norte, las plaquetas han doblado las cifras de ayer con dosis bajas de corticosteroides, no ha tenido fiebre y, si todo sigue evolucionando tan favorablemente, quizá mañana pueda venirse con nosotros a casa. Claro que no podrá, por el momento, bailar el twist con Monchito, ni hacer socavones de metros de profundidad (debería alquilarla como mano de obra para la ejecución de fosas sépticas, es una fuera de serie), ni siquiera estar con los demás cuando no podamos vigilarla. Pero, al menos, estará en su casa, debajo de su mesa, echada sobre pies conocidos. Se pasará las mañanas dormitando en la alfombra, mientras Dudo, el gato la mira desde la altura de su sofá. Y entonces no me inquietará saber qué piensa, porque seguro que sus pensamientos son agradables. Por qué el sol se va rodando y me obliga a cambiarme de sitio, faltará mucho para que me den de comer, quizá me levante a beber un poco de agua, no, mejor sigo durmiendo y bebo más tarde, querrá el gato que me meta su cabeza en la boca y lo llene de babas, como siempre...

14 June, 2006

Brocha


Brocha es una perra pastor alemán de nueve meses. Es asturiana de nacimiento, canaria de adopción. Un terremoto autentico, "La Increíble Perra Soprano", como la llamamos a veces (por los alaridos que da cuando se cruza con otro perro, unos gritos que te dejan paralizado de terror, con el pelo cubierto de canas).
Es íntima amiga de Monchito, con él le pueden dar las tres de la madrugada sin haberse cansado de jugar (nosotros y los vecinos sí nos hemos cansado de sus juegos, aproximadamente desde de las diez y media o antes). Sobre Monchito escribiré otro dia. Ahora quiero hablar de Brocha. De cómo entra como una exhalación por la puerta y se mete de cabeza debajo de la mesa, convirtiéndose en perro invisible como por arte de magia, para que la dejemos estar echada a nuestros pies sin darnos cuenta. Le encanta el contacto físico, parece que necesitara que su cuerpo tocara otro cuerpo en todo momento. Y si puede ser uno de mis pies, mejor. Y si es una de mis manos sobre su cabeza... entonces cierra los ojos con placer y parece total y absolutamente feliz y completa.
Está ingresada desde el domingo en un Hospital Veterinario, y yo estoy consumiéndome de preocupación. Esta mañana la operaron para quitarle un pedazo de hierro que se había tragado y que, según las apariencias, le estaba produciendo un cuadro de fiebre, vómitos (sólo el domingo) y distensión abdominal. Pero durante la cirugía han encontrado una esplenomegalia muy importante (aumento del tamaño del bazo), cuya causa se desconoce. Y una trombocitopenia tremebunda (pocas plaquetas) que me tiene angustiada. Se me pasan por la cabeza linfomas, leucemias, y enfermedades por el estilo. Me digo a mí misma que el pensamiento positivo, suponiendo que no influyera en los acontecimientos, al menos me ayuda a no entristecerme demasiado. Pero no soy capaz. Yo, la eterna optimista, hoy lo veo todo, no diré negro, a eso me niego, pero sí gris. Gris, desde luego.
Esta tarde, cuando fui a visitarla, no se levantó (estaba recién operada, tampoco esperaba otra cosa), pero movió el rabo y me miró con una insistencia casi insoportable. ¿Que si hablan los perros? ¡Gritan!
Me la imagino a estas horas de la noche en su jaula, con la campana puesta, una cicatriz bastante considerable en el abdomen, la via en la pata trasera, con su esparadrapo azul (aunque el color que más le va es el amarillo, pero no estamos para coqueterías) y el suero que gotea. ¿En qué estará pensando? ¿Sabrá que todo este dolor es para curarla? ¿Sabrá que no la hemos abandonado y que queremos que vuelva a casa con nosotros? ¿Pensará en Monchito?