19 May, 2007

Harry Potter y el Misterio del Príncipe




Hasta aquí hemos llegado.



Intolerable.



¿Cómo se atreve?



Quizá una carta indignada no sea suficiente. Le mandaré mejor un hipogrifo hambriento. "A la atención de J. K. Rowling..."



Aunque, pensándolo bien, a lo mejor es que la pobre sufre de alguna terrible enfermedad que la imposibilita para TERMINAR SUS LIBROS DECENTEMENTE. ¿Síndrome del túnel carpiano? Podría ser...



De todas formas, nada justifica esa pérdida de ritmo, ese alfiler maligno con el que hace estallar el globo de la emoción y obliga a que el electrograma de la adrenalina en sangre (arterial) se quede plano después de muchos y maravillosos picos.



¿Cómo puede "matar" a uno de los personajes clave de la historia y quedarse tan ancha? Y diré más (con las venas del cuello hinchadas): ¿quién se cree que es para, además de matarlo, resolver los cabos sueltos en TRES malditas páginas?



¿Y quién conoce un niño de dieciseis años que le dice a su primera novia que "tenemos que dejar de vernos porque he de salvar al Mundo Mágico"?



¡¡¡¡PUAJJJJJ!!!!



12 May, 2007

¡Athleeeeeetic!

El Gran Día.
Por la mañana desayunamos en "La Catedral", una cafetería muy cerca del estadio, con una bollería espectacular (Lego se emociona) y servilletas con el escudo del Club (a Pulgón se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que se limpia la boca).
Después de desayunar como reyes (o como animalitos hambrientos), damos un paseo hasta el Hospital Civil de Basurto, una visita que debería estar en todas la guías turísticas de Bilbao. Entras en los jardines y nada indica que se trate de un hospital, salvo que algunas de las personas que se sientan en los bancos van en bata y zapatillas. Creo que es de un poder terapéutico enorme el salir del ambiente hospitalario (a los que su enfermedad lo permita, claro) y reunirse con la familia, niños incluídos, al aire libre. La arquitectura que te rodea es de un claro sabor inglés y de otra época. Cuesta creer que alberga en su interior unas instalaciones modernas. Creímos entrever, por los paseos, a unos señores de barba blanca y bata almidonada que llevan ya casi cien años recorriendo el lugar con las manos a la espalda, hablando de si el descubrimiento del Dr. Fleming tendrá realmente aplicación práctica en el futuro o no.

Decidimos acercarnos al Parque de Doña Casilda, es Domingo y queremos tomarnos el día con calma. Es un parque precioso, también muy inglés (algo les pasa a los bilbaínos con lo británico, está clarísimo), con fuentes, muros de los que cuelga la wisteria, y sonidos de agua y pájaros. Como me temía, el Pulgón se transfromó en la Máquina de Fotografiar Plantas así que, previendo aburrimiento y mucho caminar, saqué del bolso mi libro, busqué un Árbol Amigo y me independicé. Al cabo de un buen par de capítulos, Pulgón volvió radiante, con la cámara llena de variedades vegetales que por las islas no se ven mucho.
Paseo por la Gran Vía en busca de un sitio donde almorzar. Me llama la atención un señor mayor, con su txapela, gabardina y paraguas, que camina sin prisas; la brisa entreabre el gabán y asoma una bufanda del Athletic. Calentando motores. Nos empezamos a poner nerviosos.

La tarde pasa en un suspiro, empapándonos de arquitectura y lluvia. Se acerca la hora. Volvemos al hotel para coger la bandera que trajimos de Canarias (metro y medio, siete estrellas verdes, como marca la Ley, quién me lo iba a decir a mí...), nuestras bufandas (quién me lo iba a decir a mí), el "Hola" (por si acaso, que los partidos son muy largos y no me gusta el fútbol) y pasar por una cafetería a comprar bocadillos. Las cosas, o se hacen bien, o no se hacen.

Llegamos al estadio con dos horas de antelación. Operación Bandera, con la ayuda de una cinta de embalar que nos prestaron en el Hotel (personal lleno de recursos). Nos sentamos, y me entretengo en analizar exhaustivamente la casa de Valentino en Gstaad mientras el estadio se llena. Y, de pronto, haciéndome dar un bote en el asiento, empiezan todos a corear un grito que inicia el señor de megafonía, y que pone la piel de gallina hasta a un témpano de hielo (futbolísticamente hablando) como yo. El famoso Sonido de La Catedral. Ahí lo tienes.


El "Hola" queda olvidado en el respaldo del asiento, y me descubro sintiendo una profunda (y, al paracer, ancestral) antipatía por el árbitro y por un chico maligno dotado de, al menos, ocho codos demoledores, llamado Sergio Ramos. Mientras el Monstruo de los Codos comete mil y un atropellos, los Muchachos (a estas alturas soy ya fan incondicional) consiguen meter un heroico gol. El que Los Otros marcaran cuatro no tiene mérito alguno. Primero, porque casi ninguno es de Madrid. Segundo, porque están llenos de codos, y eso no vale. Y tercero, porque Beckham esta feísimo teñido de amarillo pollo, color que le queda indiscutiblemente bien a Maui, pero que a él le sienta mal, mal de verdad. Pena de chico.

Los partidos, que en casa duran, al menos, tres horas y media, en el estadio pasan en un suspiro. Cuando le decía al Pulgón "No te preocupes, ahora remontan", suena el silbato del final. ¿Cómo? ¿Ya?

Mi querido esposo se despidió del amigo del alma (después de tantas emociones, casi hermanos) cuyo nombre nunca supimos y que se sentaba a su lado; él nos deseó buen viaje de vuelta, y regresamos al Hotel. Esto del fútbol "emocional" es agotador, no lo recomiendo. Pero a mí me gustó ir, ahora entiendo mejor por qué y con quién tengo que compartir el amor del Pulgón. Y mejor no hagamos al respecto una encuesta del CIS. Por si acaso.

01 May, 2007

Bilbao. 28 Abril. De noche

El Pulgón es un apasionado seguidor del Athletic Club de Bilbao. ¿Por qué? No pregunten, no hay respuesta clara. Tampoco hay sangre vasca por ninguna parte en su árbol genealógico, ni podemos decir que el Athletic es el crac del momento. Sí hay recuerdos de infancia, puesto que ya desde chico le regalaron "El Equipaje" rojo y blanco, calzón negro, de los leones. Su padre, sus tíos, algunos primos, comparten desgarrada e incondicional afición.
El pobre Pulgón lleva dos temporadas sufriendo lo indecible, el objeto de sus amores no hace más que darle disgustos, que él justifica de mil maneras: tienen muchos lesionados, los árbitros son secuaces de Voldemort... Hace un par de domingos me asomé a la sala, donde estaba viendo un partido que retransmitían en directo, no recuerdo cuál, sólo recuerdo con claridad que perdieron. La cara de desconsuelo, el estado de ánimo abatido que se le quedó después, me hicieron caer en la cuenta de hasta qué punto era el Club importante para él. Así que decidí pasar a la acción.
Utilicé mis contactos en Bilbao (Maui, del cafetito) y, a pesar de no saber si se conseguirían las entradas para un partido o no, reservé vuelos y hotel.
Quería regalarle un viaje a Graceland a ver a Elvis, pero en rojo y blanco.

Las gestiones fueron dando su fruto hasta el colofón final: el Okupa de Maui me consiguió entradas para el Athletic-Real Madrid. Cuando le conté todo al Pulgón por teléfono, desde mi trabajo, entró en estado de shock; lo llamé de nuevo dos horas más tarde y me dijo que llevaba todo ese tiempo con el teléfono apretado en la mano, mirando el cuadro de encima de la estufa, sin poder pensar. Tuve que prepararle yo misma la maleta y subirlo a empujones por la escalerilla del avión como si fuera equipaje de mano.
Llegamos al Aeropuerto de Bilbao el viernes por la noche. En la Recogida de Equipajes, le mandé un SMS a Maui: "Ya estamos en tu tierra. Mañana te llamo". Suena el móvil. "¿Cómo que mañana me llamas? Estoy fuera, con un cartel que pone LEGO. Llevo el pelo corto, color pollito""Pues yo llevo una maleta roja y un señor en estado catatónico del brazo". ¿Se puede ser más hospitalario? ¿Internet no es una maravilla, que consigue hacer esta clase de amigos?
Nos dejaron en el hotel (que está a diez metros escasos de San Mamés) y el Pulgón se bajó como una exhalación a tocar la pared del estadio. No se rían, es algo muy serio esto de los enamoramientos. ¿Ustedes no hicieron nunca nada parecido?
Esa noche nos dormimos eufóricos; él, por estar "ALLÍ" (es decir, "AQUÍ"), y yo porque la habitación nos recibió con una cama de dos por dos (literal) y dos bombones. Cada uno con sus quereres.
Al dia siguiente, visita guiada a la sala de trofeos y al campo. Ignorante de mí, pensé que seríamos los únicos asistentes de fuera de Bilbao, pero qué va; había una peña de La Palma, un matrimonio de Menorca y una familia ¡¡¡de Argentina!!! (no creo que hayan venido a España expresamente, pero quién sabe). Todos habíamos cruzado un charco, de mayor o menor tamaño, para estar allí. Fotos en lugares emblemáticos (abrazado a Pichichi, y delante de un león disecado). Nunca pensé que vería a mi esposo extasiado en un vestuario masculino. Resignación.

Gasto de dolorosas cantidades de dinero en la Tienda Oficial (¿¿¿cómo aceptar imitaciones???) en camisetas, calzoncillos, bufandas, llaveros... Yo disfrutaba como una tonta oyéndolo decir: "Es que estoy AQUÍ, ¡¡¡ESTOY AQUÍ!!!".

Como el partido era al dia siguiente, teníamos tiempo de sobra para pasear por Bilbao. Ojo con los vascos cuando preguntas una dirección: todo está a "diez minutos andando", aunque tardes hora y media a buen paso. "¡Pero si Bilbao es un pañuelito!". No sé por qué no siguen el sistema internacional de medidas. Maldita sea. Para llegar al Guggenheim tuvimos que ir a una tienda y comprar unos Crocs feísimos y calcetines de algodón. ¿No somos turistas? Pues eso.
El Guggenheim.
Merecería entradas de blog para él solo. Aunque no tuviera nada dentro, el edificio en sí mismo es una obra de arte. Sé que esta frase se ha repetido cientos de miles de veces, hasta convertirse en palabras vacías. Pues llénenlas de asombro, de emoción por la belleza que se contempla, de piel de gallina. De ganas de sentarse sobre una manta y estar horas, días, meses, viendo cómo el edificio cambia y se mueve al ritmo de la Tierra, y al ritmo de Lego que lo mira desde abajo, desde dentro, desde arriba.

No soy experta en arte, sólo digo que me gusta una obra cuando produce en mí alguna reacción, sea ésta cual sea. Incomodidad, admiración, placer, miedo, alegría... Y hay de todo eso en el Museo. En esos días coincidimos con una exposición de Anselm Kiefer (reconozco mi ignorancia, era la primera vez que veía su nombre), que me dió un puñetazo en medio del estómago. Cuadros y esculturas te sacudían y empequeñecían. Cuadros y esculturas no en cualquier lugar, sino en las salas del Guggenheim, que es parte del espectáculo.
Otro dolorosísimo desembolso económico en la tienda del museo (mi sangre escocesa, a estas alturas, GRITABA).

Ducha-express en el hotel y paseo al atardecer con Maui y Costillo.
Flotamos sobre las aguas del Nervión(no dejen de ver el vídeo). No podía boquear de asombro, y al mismo tiempo, sacar fotos. Soy así de limitadita.
Visita a Santurce y cena espectacular en una sidrería.
Mi último pensamiento antes de dormirme fue "¿Por qué no habíamos venido antes?"