26 July, 2008

Hell's Kitchen



Hoy me siento como los Ángeles del Infierno, pero con delantal y sin barba. No sé qué me pasó. Leí una receta de canelones y, de pronto, me convertí en una Máquina de Cocinar. No importa el frío, el calor, no hay dolor, no hay sentimientos. Sólo La Misión.
Por cierto, Falsarius, no te vas a sentir orgulloso de mí. Hoy no.
Delantal, pañuelo en la cabeza, cuchillo en la mano. Unos instantes para saborear la intensidad del momento.
Salsa de Tomate
Dos zanahorias, una cebolla grandita y un par de dientes de ajo a la Thermomix, con un chorro de aceite de oliva; sofreir cinco minutos a temperatura 100, velocidad 2. Se añaden 500 gr de tomate (pesados ya sin piel, ni semillas, ni agua), sal, azúcar y un par de hojitas de albahaca. Se tritura todo unos segundos a velocidad 5. Veinte minutos temperatura 100, velocidad dos. Probar, rectificar lo que haga falta y darle un meneo a velocidad 8-9 para que quede más fina.

Relleno Canelones
Tomado del Hola. 150 gr de carne picada de ternera, una pechuga de pollo picada, y 100 gr de jamón cocido picado. Todo junto. Se sofríe una cebolla pequeña y, cuando esté, se añade la carne. Cuando tengan un colorcito bueno, se añade salsa de tomate y sal y pimienta y más albahaca, si está uno en plan espíritu libre. Al final lo volví a meter en la Thermomix para que quedara más fina la mezcla, más como una pasta.
Ahora viene el momento en el que voy a la despensa a buscar los canelones para rellenarlos. En mi despensa donde SIEMPRE hay repuestos de todo... encuentro couscous (que no he hecho nunca), cremor tártaro, vinagre de arroz, y cosas raras que no tienen nada que ver con mi misión de hoy. ¿¿¿¿Dónde están los canelones???? Tiro todo a mi alrededor, como si fuera agente del FBI en pleno registro. Sentada en el suelo, rodeada de cajas, latas, botes, bolsas, con una vaina de vainilla en el puño cerrado, juro al Universo entero que este contratiempo no me hará desistir.
Tendrá que ser pasta fresca.
Aún a riesgo de empezar a almorzar a las cinco de la tarde, me meto en faena.

Pasta fresca de Canela Molida (alias)
350 gr de harina, 5 ml sal, 2 huevos medianos, 1 clara, 1 cucharada de aceite de oliva, un poco de agua fría. Se amasa 4 minutos en la Thermo, a velocidad "Espiga". Se deja reposar en la nevera 10 minutos. Después se corta en cuatro trozos de igual peso, y se trabajan por separado, dejando los otros tres en la nevera. Se hacen tiras finas con la máquina de pasta (rodillos, la Imperia de toda la vida) y se cortan los cuadraditos. Llamada al SUC (Servicio de Urgencias Culinarias), al Cocinero de Guardia porque además de atrevida soy ignorante (letal combinación) y quería saber si había que hervir la pasta antes o no. "Sí". "Gracias".
Hiervo los cuadrados de pasta, los pongo estiraditos en un paño de cocina limpio, y los voy rellenando y colocando en un recipiente de horno ligeramente engrasado. Cuando están todos en fila, lo cubro con salsa de tomate, y vuelvo a montar la Thermomix, que a estas alturas me mira con ojos de franco reproche.

Bechamel para cobertura
750 gr de leche, 110 de harina, 50 de mantequilla, una cucharada de aceite, sal, pimienta y nuez moscada. 8 minutos, temperatura 90, velocidad 4. Antes de que se enfríe, se le echa por encima a los canelones, que ya estan absolutamente irresistibles. Pero aún queda el toque final: queso Provolone por encima, y a gratinar 20 minutos.

Cuando los metí en el horno, me quité el pañuelo, el delantal, dejé la vaina de vainilla que aún apretaba entre los dedos, y me senté en una silla. Creí oir música de fondo, como si fuera un himno (sin letra), y se me llenaron los ojos de lágrimas.

Hoy almorzamos a la hora de la merienda, pero ha valido la pena.

18 July, 2008

"Cái"

Sé que el título de esta entrada es muy, muy tópico, pero es lo que me sale. Lo siento.

Vengo de una reunión de colegas de profesión en Cádiz, y tengo muchas ganas de hablar de la ciudad.
Me encontré con el descubrimiento (ya tenía la sospecha) de que en mi área de trabajo hay mucha (pero mucha ¿eh) gente rara, acomplejada, endiosada... Sí, sí, lo sé, yo también puedo ser todas esas cosas y no darme cuenta. Quizá se estudia en el último año de carrera, y aprobamos la asignatura, y nos inyectan un líquido de color rosado que nos produce amnesia parcial. Alguien debería investigarlo. De aquí sale una tesis, fijo. Y un capítulo de CSI.
Esta muralla infranqueable de malas caras y peores contestaciones hizo que mi compañera de trabajo (y viaje) y yo tomáramos como lema esos días el siguiente pensamiento, profundamente oriental: "Hay que ver, con lo simpáticas que somos, lo mal que caemos".

Vale. No caímos bien a "los del ramo", pero a los gaditanos... Cádiz fue una fiesta. Llovía, pero yo veía luz por todas partes. Y mar. Y oía música. ¡Y piropos! ¡Cuánto echaba de menos los piropos con gracia! ¡Obrero canario, cómo has cambiado!



No hice otra cosa que toparme, cuando más hambre tenía, con frutos del mar; deliciosos bocados para casi todos, pero que a mí no me gustan nada. (Un poco de compasión, a lo mejor es una mutación genética que sufro en silencio mientras ustedes se mofan y me abuchean. Un respeto). Pero cuando el hambre aprieta, Cádiz ofrece aceitunas deliciosas, un jamón serrano del que no me despedí como se merece, y una comilona en la Venta del Chato. Inolvidable.



El dia de la Cena de Clausura, nos pusimos guapísimas de la muerte, y nos fuimos en alegre rebaño, a un espectáculo ecuestre en la Real Escuela que, aunque quizá suene arrogante, me decepcionó. Monturas sucias y gastadas, caballos protestones... Tengo la impresión de que, como el espectáculo era sólo para nuestro grupo (con mayúsculas, ciento y la madre), nos dieron una exhibición "para guiris". Con la ilusión que me hacía verlo. Bueno, ya volveré.

El ganado elegante se subió de nuevo a la guagua, y nos dirigimos a una bodega de Puerto de Santa María (qué horror, no recuerdo el nombre, y juro que no había bebido aún.). Las cinco guaguas cargadas de gente extraña llena de joyas, pararon donde pudieron en las estrechas calles abarrotadas de coches en doble fila. La nuestra (gracias, Dios mio, por los favores recibidos) se detuvo en la misma puerta del Bar La Gaviota (de este nombre sí me acuerdo). Los parroquianos, copa en mano, camisa abierta y pecho colorado del sol, empezaron a asomarse a la puerta del establecimiento, a presenciar el espectáculo. Cada vez que bajaba una señora (mi compañera y yo incluídas, aunque no somos señoras, somos personas jovencísimasenlaflordelavida), la clientela del Gaviota jaleaba: "¡OLE! ¡MIRA! ¡Y OLE!"Ante semejante entusiasmo, no quedaba otro remedio que sonreir, sonrojarse tímidamente y tratar de mantener a raya el ego, que quería flotar hinchado como un globo.

De Cádiz me llevo mar. Y de Puerto de Santa María... el Bar Gaviota.










05 July, 2008

El Libro Viajero
















El otro día me encontré con un Libro Viajero. Alguien lo dejó en un asiento de la Unidad Móvil de Donantes de Sangre. Exótico lugar. Y yo lo encontré, con un post-it sonriente en la portada, y una explicación en el interior.




Lo traje a casa, le presenté a sus compañeros de estantería (parece que hubo cierta química con una novela ligera), y le prometí conocerlo más a fondo en cuanto termine el que tengo entre manos. Y después, lo dejaré libre de nuevo.




¿A que es una idea genial? Pienso "soltar" uno de mis libros, para que vea mundo.