25 December, 2007

Mi lugar


(Foto janusbc)
No sé dar la dirección exacta. En algún sitio dentro de mí. No figura en Google Maps, pero sé llegar sin perderme. Tiene un techo de cristal, por el que algunas personas se han asomado alguna vez, pero sólo yo puedo entrar. El interior es muy espacioso, y está fresco en verano y calentito en invierno. El suelo es de hierba, y hay troncos de árboles cuyas copas se pierden en las alturas, y que filtran la luz del sol o de la luna, según mi necesidad del momento. Se oye agua y hojas movidas por la brisa. A veces también oigo mi propia respiración. Nada más. Salvo que necesite poner en marcha el impresionante equipo multimedia con que cuenta Mi Lugar. Alta Fidelidad, DVD, video (beta y VHS), super8, televisión digital, todo tipo de instrumentos musicales, y una pantalla de cine con su proyector que dejaría sin aliento a cualquier superproductor de Hollywood con mansión en Beverly Hills.

No necesito lámpara para leer, pero, si la ocasión lo requiere, aparece un sofá de orejas con tapizado inglés, una lámpara de pie, la alfombra del comedor de casa de Baba (con los colores como si fueran nuevos) y una chimenea. La biblioteca es móvil: el libro que quiero recordar siempre está al alcance de la mano, sin necesidad de subirme a ninguna escalera, a pesar de que los últimos estantes están tan lejos hacia el cielo como las copas de los árboles.

Otras veces lo que me hace falta es una película, ya sea comercial o personal. Los colores y el sonido siempre son perfectos, y siempre nuevos e iguales al mismo tiempo. Si lo que busco es un recuerdo, ahí está, fresco y mío.

El mayor problema de Mi Lugar es que no puedo sacar nada de lo que hay allí. En el momento en que saco una foto, un olor, un minuto de infancia para compartirlo, se desdibuja y desaparece. El cerebro y la boca, fuera de Mi Lugar, no son capaces de describir los sueños, se convierten en torpes, simplificadores y decepcionantes instrumentos que no consiguen comunicar nada como es en realidad. Hace años esto me sacaba de quicio. Incluso en ocasiones, cuando visitaba Mi Lugar, me sentía encerrada, presa en él. A veces dejaba de ser refugio para convertirse en una pecera que me aislaba del mundo, cuando yo quería desesperadamente lo contrario. Pero ahora me he resignado a que hay un universo entero ahí dentro, y es como mis tripas. Y las tripas no se enseñan ni se prestan ¿a que no?
Pero esos órganos, esos microchips ocultos, son los que me hacen exactamente como soy. Eso sí lo comparto.

Visito Mi Lugar prácticamente a diario. A veces es una rutina, a veces entro como una exhalación, desesperada. En cualquier caso, siempre dejo algo en algún estante y siempre, siempre, me voy acompañada.


15 December, 2007

Granada

El Darro. Frío. Sonidos de agua y de neumáticos sobre adoquines. Búsqueda del rayito de sol. Lo encontramos (cómo no), justo encima de una mesa libre de una terraza. Cerveza Alhambra . Miramos hacia arriba y nos quedamos sin respiración. Allí estaba la historia, la leyenda, la magia. Entre el verde de los árboles, el palacio rojo, mostrándonos su dimensión de ciudad dentro de la ciudad. Seguimos mirando, bebiendo, en silencio. Ni siquiera se nos ocurrió sacar la cámara de fotos de su estuche, la tecnología no tenía nada que hacer en aquel momento mágico. Miré al Pulgón y descubrí que tiene un perfil totalmente nazarí. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?









Al día siguiente, nos acercamos, tímidos, al pie del palacio. A pesar de la cantidad de turistas, de las miles de veces que tienes que enseñar tu entrada, y de la voz nasal y entusiasta de la guía, conseguimos crear para los dos nuestro universo paralelo e imaginar la vida cotidiana, los colores, hoy desvaídos, el ruido y el olor de hace ocho siglos. Debo revisar mi identidad, porque no me imaginé en ningún momento con velos y paso delicado, sino con turbante, montando un caballo tordo de mirada salvaje. Y con cimitarra al cinto, por supuesto.


Aparte de la Alhambra (¿aparte? No, nunca. Junto con), Granada es una ciudad con muchos atractivos. No puede decirse que acertásemos con nuestras elecciones de restaurantes. Mi radar gastronómico se desajusta gravemente cuando traspaso el umbral isleño. Tengo que reconocerlo con tristeza. En ningún local conseguimos combinar satisfactoriamente los dos pilares de una buena comida: calidad y precio. O se nos quedaba cojo de un lado, o de otro. Invariablemente.


Pero no sólo de pan vive el hombre. Y de todo lo demás tuvimos en abundancia. Calles por las que caminar, alturas arquitectónicas ante las que empequeñecer, barroco para emborrachar... Y la constante sensación de ir y venir en el tiempo, quizá un poco mareante. Como si se tratase de un juego del tejo de los siglos.







Uno de los días de nuestro viaje cogimos una guagua hasta Málaga, para ver a Biznaga. Sí, otra de esas amistades de hormigón armado que se forjan en internet. Nos fueron a buscar a la estación ella y su hermana Pili. Y el primer lugar que yo quería visitar seguramente hará rechinar los dientes de horror a los viajeros entusiastas: quería ir a un Lidl. Ay, ya lo sé, es un supermercado de lo más cutre. Pero en las islas no hay (gracias a Dios, ya tenemos una cadena por habitante, o casi), y oir hablar de las ofertas del Lidl en el Cafetito día sí, día también, te crea como una perentoria necesidad. Fuí con la sana intención de mirar esto y aquello pero, como no podía ser de otra manera, saqué la cartera y, lo juro, no recuerdo nada más. Cuando volví en mí estaba bajo el pensador de Rodin con Biznaga y Pili, y una extraña bolsa de supermercado en las manos.



Para recuperarnos, nos fuimos a almorzar a la orilla del mar. El Pulgón ya tenía "mono" de salitre, y yo unas ganas inmensas de COMER BIEN. Restaurante "Entremares" . Sólo diré cuatro palabras: Málaga, mar, arroz, berenjenasfritasconmieldecaña. Después de este almuerzo había que hacer algo de ejercicio, no somos alimañas, por Dios. Así que nos fuimos caminando hasta un modernísimo local a tomar un café... y alguito para que no cayera mal el café. He aquí una muestra.


Paseo por la ciudad hermosa, besos en la estación de guaguas y vuelta a Granada, mirando las luces de los coches que corrían a nuestro lado, mientras yo jugaba con los minutos y los recuerdos.























01 December, 2007

La familia y uno más


Nuestro viaje a Madrid no incluía sólo visitas a lugares de interés o interminables caminatas por calles con encanto. Había otros platos fuertes. En primer lugar, íbamos a ser huéspedes de mi hemana. Por fin iba a conocer su casa en el continente. Su envidiadísima casa en el mismo centro de Madrid, y por la que paga un alquiler ridículo. A lo mejor al público en general esto le parece un milagro o que esconde detrás algo turbio. No, no, es mi hermana. Ella es así y le pasan esas cosas. Me gustó verla tan dueña de su madriguera, tan integrada en el barrio (no para de dar besos desde que sale del portal). Me presentó a tantos amigos que al final, dos hombres con barba para mí eran la misma persona, y llegué a decir cuando me dijo "Mira, éste es ..." "no, si ya lo conocí ayer". Todo el mundo puso cara de desconcierto, pero reaccioné haciéndole fiestas al Yorkshire del señor de barba. Espero que mi hermana le explique que es que yo soy así, limitadita. Para CSI no valdría ni una peseta.

También nos llevó al Paraíso a desayunar. No se llama así, pero ha quedado grabado en mi memoria con ese nombre. Una panadería con mesas y cafetera. Combinación genial. El olor a pan recién hecho abre el apetito que es una barbaridad. Esos panes con semillas abiertos en canal, con su chorrito de aceite de oliva y su tomatito... O esos croissant esponjosos con mermelada. Y jugos naturales de distintas frutas, hechos al momento en la licuadora. Por supuesto, el personal de la cafetería saluda a mi hermana de beso, y algunos clientes, también. Tardamos sólo dos horas (enteras, con todos sus minutos) en desayunar, pero pasarán años antes de que la añoranza de ese bendito lugar deje de atormentarme.


Otra de las razones de peso para ir a Madrid era conocer mediante el sentido del tacto a la familia S-J, recién llegados de China con su hija (nuestra sobrina internética; se dice así) Blanca NianCui. Se trata de una de esas historias de internet, la red en la que las vidas de personas antes desconocidas, se cruzan de una manera total y definitiva y se forjan amistades con un peso específico asombroso.
Nos perdimos sólo dos veces; un callejero 2007 no sirve de nada si no ves el mar para orientarte. Llegamos a la hora de la merienda, con un brazo de gitano de manzana y un retal y un deseo para la Colcha de los 100 deseos de Blanca. Nos recibió una casa llena de vida, de dientes de leche, de sonrisas, de literas. Intercambiamos regalos (ellos nos dieron un cuento para nuestro futuro hijo), el Pulgón se sentó con una niña en cada pierna y empezamos a diseccionar El Viaje, que nosotros pretendemos emprender algún día, antes de que nos manden los sobrinos al Centro de Mayores (aquí habla nuestra Paciencia, que es de santo, pero a veces le sale el ramalazo rebelde y protesta por esta espera eterna). Nos contaron lo cotidiano y lo extraordinario; consiguieron que nos sintiéramos como si los estuviésemos ayudando a deshacer las maletas. Vimos toda la casa, prestando especial atención a las habitaciones de los niños, para tomar nota mental de un montón de ideas geniales (recuerden: literas plegables. No digo más). Y a todas estas, cinco niños y cuatro adultos moviéndonos en una casa que también es madre, porque acoge a siete, a nueve y a mil; siempre cálida, siempre armoniosa. ¿Será así todos los días? ¿O todo estaba ensayado y vuelto a ensayar? No, imposible. Mirando a cada uno de los miembros de la familia S-J te das cuenta de que nace de ellos, son el generador. Y de que todos encajan a la perfección, como si se tratara de un puzzle que habla, se mueve y opina.

Después de merendar fuimos a dar un paseo guiado por Madrid (las dos más chicas en sus cochitos, pero la rubia divina exigía tenernos al Pulgón y a mí a los lados, cada uno cogiéndole una mano). Entramos a una heladería italiana y la llenamos en un segundo. Perdonen la foto tan oscura, pero no tengo otra. Chicos, si de las que ustedes sacaron hay alguna mejor, me la prestan. De todas formas, no me hace falta foto para recordar. En mi retina están las imágenes mucho mejor iluminadas, dónde va a parar.
Nos despedimos como si nos fuésemos a ver el fin de semana siguiente. No fue ese, ni el siguiente a ese, pero será pronto. Aquí o allí, pero pronto.