01 August, 2007

Debería haberse quedado sentado




Llevo desde el lunes odiando intensamente a alguien sin cara. Y es que no puede tener identidad, no puede ser más que un caparazón vacío, ausente el más leve resto de vida en su interior. No puede tener piel, ni sangre. No creo que sea capaz de respirar. Sus ojos no ven nada. Sus oídos no oyen nada. No tiene historia, ni familia, ni sueños, ni proyectos. Pero sí tiene piernas que lo llevan de madrugada al lugar escogido. Malditas sean sus piernas. Y tiene brazos que lo ayudan a encender la mecha. ¡Malditos mil veces sean sus brazos!
Debería haberse sentado en una piedra, muy cerca de las pequeñas llamas, de la diminuta columna de humo que se elevaba hacia el cielo, presagiando el inmenso placer que vendría a continuación; debería haber quedado hipnotizado por la danza del fuego, por el baile al que se sumó gustoso el viento caliente y seco. Cuando el calor le abrasara la piel, cuando su carne empezara a llenarse de ampollas y a ennegrecerse, quizá en ese último momento consiguiera sentir como el ser vivo que fue alguna vez. Aunque sólo fuera algo de miedo y dolor.

Vivir cerca del monte es un privilegio. Pero a veces puede resultar peligroso.
Ayer por la tarde apareció otro foco, esta vez, bastante cerca de El Sitio. Ante la posibilidad de que nos evacuaran, empecé a preparar la logística de la operación, que no es poca. Es que la mía es una familia que, además de numerosa, es difícil de trasladar. Por orden de tamaño, había que movilizar a dos caballos, dos humanos, tres perros, un gato, veinte gallinas, tres gallos, un canario y diez peces. Ahora tengo en la entrada de la casa el número de teléfono de un desconocido (hasta ayer, hoy somos casi hermanos) que los vendría a buscar con su remolque; el de unos amigos que tienen sitio donde alojarlos. Las tres correas, el transportín del gato limpio y a la vista. La documentación de todos (incluídas las de Pulgón y yo) en una carterita.
Y lo más dificil de todo: "¿Qué te llevarías a una isla desierta?"
Cuántas veces he hecho esa pregunta a otros o a mí misma, mientras sostenía en una mano un vaso de Coca-Cola, lanzándome de cabeza a la fantasía y a la elección juguetona de distintos y absurdos objetos. Al parecer, llegado el momento de la verdad, lo que me llevaría a una isla desierta es a mi familia (peludos o no), cuatro cajas de fotos y un anillo de Baba que es tan, tan chiquito que no me cabe ni en el dedo meñique. Eso es lo que tengo en el maletero del coche, hasta que pasen estos dias de insomnio, calor, fuego, destrucción y odio. Tanto odio.