29 September, 2006

Mi momento


Cuando tengo turno de tarde, me gusta levantarme temprano (puro vicio, qué penita más grande). En cuanto abro la puerta de la casa, me recibe el olor a monte húmedo y un aire frío que trae el otoño, la nueva estación recién nacida, que aún no se atreve a tomar posesión completa de los días.
Hago las faenas ganaderas con Carlos Herrera de fondo: estoy enamorada, y el Pulgón lo acepta con resignación. La radio siempre me ha producido sensación de hogar, de cotidianidad, de seguridad; siempre y cuando no se trate de la transmisión de un partido de fútbol, algo a lo que soy peligrosamente alérgica (estudiado y diagnosticado por prestigiosos doctores; me han recomendado que me aleje a más de trescientos metros de cualquier aparato de radio por el que se esté emitiendo un encuentro, y que, si a lo lejos escucho la palabra ¡GOOOOOOOOOL!, acuda de inmediato a un centro de urgencias a inyectarme Urbason a dosis altas). Don Cahloh y su tertulia me entretienen, me acompañan, me informan, y, aunque parezca un disparate (será tanto Urbason a lo largo de los años), hasta creo que me quieren.

Cuando ya he cumplido con mis obligaciones más inmediatas y todos los seres vivos a mi cargo están comidos, bebidos, limpios y aseados, empieza Mi Momento.

Vuelvo a la casa y hago café. También creo que la cafetera me quiere, igual que yo a ella. Lleno mis pulmones con el olor a café, que se hace sitio junto al olor a monte húmedo, y paseo (es un decir) por la mini-cocina que, si los suecos la vieran, sería portada del catálogo de IKEA 2008, por los milagros que he hecho en ella para que quepan las cosas. Si en ese momento suena el teléfono, no lo cojo, no quiero perderme el ruido del café que empieza a salir, en un movimiento antigravitatorio que siempre me ha parecido mágico en su rebeldía. Le doy a la cafetera todo el tiempo que necesite, y mientras, lleno mi tazón favorito, con color de sol, de leche, que caliento en el microondas. No es que quiera torturar a nadie con un recuento pormenorizado de todos y cada uno de mis movimientos mañaneros, sé que no tienen interés alguno, pero me deleito al escribirlos tanto como al hacerlos. ¿No puede haber una Ceremonia del Café Con Leche igual que hay una Ceremonia del Té?
Con mi sagrado tazón en las manos, me siento delante del ordenador, quizá con unas galletas en un plato, o tal vez no, según el ánimo del día. Ese es Mi Momento: sé que hay por delante un rato en el que no tengo obligaciones, ni preocupaciones, ni dolores, ni prisas. Tengo tiempo (limitado, pero no me lo parece) para disfrutar de los incontables y siempre diferentes placeres que me proporciona mi mañana de lunes, de martes, de miércoles... Veo un capítulo de The Gilmore Girls, o Anatomía de Grey, o Ghost Whisperer. A la mitad del capítulo, detengo la imagen y me levanto a preparar mi segundo café con leche. Más que por hambre este ya es por puro hedonismo. Vuelvo a concentrarme en las historias que me cuentan y apuro el ratito hasta el final. El resto del día es incierto, estará lleno de cosas buenas y otras que no lo serán tanto. Pero, pase después lo que pase, nadie me quita Mi Momento.

05 September, 2006

6 de Septiembre


Es nuestro aniversario de boda.
Siempre pensé que yo no era "de las que se casan" y, míren por donde, resultó que sí lo soy. En cambio, siempre pensé que yo era "de las que tienen muchos hijos" y, caprichos del destino, resulta que no es así. En lo único en lo que acerté (como pitonisa no me recomiendo) es en mi idea de que yo era "de esas que son felices" porque, aunque a veces me ha costado trabajo, creo poder decir que, mirando por encima de mi hombro a lo que he vivido, he sido y soy feliz.
Conocí al Pulgón en un curso de "Plantas Aromáticas y Flores de Complemento". Una fachada de hombre duro y curtido, incluso tal vez con un punto de peligro, por los tatuajes que se adivinaban debajo de la camisa; con un aire atormentado a lo James Dean, pero contenido como Gregory Peck. La intuición de encontrarme ante un hombre con un mundo interior infinito. ¡Irresistible!. Como pasa casi siempre, empecé a tontear con él sin imaginarme que estaba a punto de abrir el regalo de Reyes que supera a todos los regalos de Reyes del Universo. ¿Quién me quiere tanto que lo puso en mi camino?
La verdad es que, por primera vez en mi vida, ataqué y no di cuartel. No me pregunten por qué, me sentí tan segura de mí misma y lo vi a él tan vulnerable, que no tuve piedad. Me encantaba guardarle sitio a mi lado en la mesa del desayuno en la escuela agrícola donde se impartía el curso, y verlo apurado y dubitativo, con la obligación impuesta por generaciones anteriores de XY que le gritaban "¡Tú hazte el duro, eres el HOMBRE!", pero con unas ganas enormes de desayunar conmigo. Gané yo todas las veces; las hordas de antepasados XY, que se remontan a los principios de la raza humana, gritan con muy poca energía. Claro, son ya miles de años, la voz se resiente.
Después de un noviazgo largo y dulce que duró dos semanas, nos fuimos a vivir juntos. Lo sé, podía haber sido un aprendiz aventajado de Hannibal Lecter pero, qué caray, no me sentía con fuerzas ni edad para volver a ser "novia".
Teniendo en cuenta que llevaba viviendo sola en feliz armonía conmigo misma unos cinco años, los principios fueron difíciles. Yo era un General en busca de tropa a la que mandar hacia la gloria, y el Pulgón era un Acuario de esos de manual, un espíritu libre, que sufría de ataques de urticaria gravísimos cuando oía una frase comenzar con "tienes que..." . Gracias a que en esta zona de la isla hace un frío que pela y ambos necesitábamos reconciliarnos en seguida por aquello de darnos calor, superamos el primer año. Luego compramos una estufa de leña, y ahora las reconciliaciones son más auténticas y menos interesadas.
Al cabo de ese primer año de prueba en el que comprobé que los Generales de Intendencia pueden también ser diplomáticos, y que los Espiritus Libres son sensibles a los pestañeos de los ojos verdes, un dia en que el Pulgón conducía, le dije, a traición: "Oye, que he estado pensando, y que creo que deberíamos casarnos". Un volantazo brusco, recuperación de la calzada que nos correspondía, el corazón volvió a latir después de una parada repentina, y dijo "Bueno, ya lo hablaremos".
Al cabo de muchos días, y sospecho que como venganza, porque en esa ocasión conducía yo, me dijo : "Mira, que vayas preparando los papeles de la boda esa", pero nervioso y colorado como un tomate. Me reí con ganas y lo amenacé con contarles a nuestros nietos la forma tan romántica en que el abuelo Pulgón le había dicho "sí" a la abuela Lego.
Nuestra boda fue exactamente como la planeamos (aquí el Pulgón dirá: "¡Como la planeaste tú! ¡Que yo quería que no hubiera ningún invitado, sólo nosotros y dos testigos!"). Lo último que hice antes de salir de casa fue barrer el patio, con mi traje de novia puesto y los perros brincando alrededor.
En el Ayuntamiento no hubo flores, ni música, ni anillos. Sólo familia, algún amigo muy, muy escogido, la presencia invisible de los ausentes y nosotros dos haciéndonos una promesa.
Comimos con nuestros treinta invitados en el bar de Ramón, y tomamos café en El Sitio, debajo del ciruelo.
La lista de bodas la pusimos en Leroy Merlin, para espanto de mi abuela Baba ("¿¿¿Cómo te van a regalar por tu boda un retrete, NIÑA???")
Un dia a nuestra medida, ciertamente lego-pulgoniano.

02 September, 2006

Malos tiempos

Breña está enferma. Un problema un poco largo de explicar, que se ha tenido que atajar con cirugía, pero que le ha causado estragos en la función pulmonar, cardíaca y renal.
La operaron el jueves, y me dijeron que, probablemente, no superaría la cirugía. Tomé la decisión con el deseo de ofrecerle una oportunidad para sobrevivir y, en caso de que no fuera posible, una muerte relativamente dulce. La operación fue un éxito quirúrgico, pero el daño a los distintos órganos vitales ya estaba hecho. Las primeras cuarenta y ocho horas eran cruciales. Y las pasamos.
Pero no termina de remontar.
Esta mañana fui a verla a la clínica. La saqué de su jaula, le puse una correa y me la llevé a dar un paseo como dos ancianitas, muy despacio, buscando la sombra, sentándonos a cada pocos pasos. Cuando nos sentábamos, Breña intentaba enterrar la cabeza en mi pecho, y yo la dejaba, y le hablaba, le contaba las novedades de la casa, los esfuerzos de Monchito para sacar de quicio al Pulgón, que Chicho sigue sin decir ni pio, cómo está floreciendo tímidamente el rosal del patio...
En una de estas conversaciones, separó su cabeza de mi cuerpo, y me miró. La Mirada con mayúsculas. Se va. Lo sé, me lo dijo, igual que me lo dijo con los ojos su hermana antes de morir, igual que me lo dijo Lego con tanta insistencia que me ayudó a firmar su eutanasia.
Entonces cambié el tema y el tono de la conversación. Le agradecí todo el amor que me ha dado, la paciencia que ha tenido conmigo, que he sido tan torpe, que casi he aprendido con ella a entender a los perros. Le aseguré que ha sido una gran amiga, ha cumplido a la perfección su cometido, me ha dado seguridad, me ha protegido siempre y ha hecho que me sienta muy querida. Le dije, con la voz y con las manos, lo mucho que la necesitaba. Le pedí que se quedara conmigo, se lo supliqué. Me despedí.
No sé qué pasará mañana. Sólo sé que ella, hoy, ha sentido que se moría. Y parte de mí con ella.