22 June, 2006

Dudo


Yo de mayor quiero ser como Dudo.
Sus comienzos fueron difíciles, no recuerda nada de su nacimiento, sólo que pasó de pronto, de la tibieza y el silencio, a un contenedor de basura. Sin paradas. Con otros dos hermanos, en una bolsa de supermercado. Alguien pasaba por allí, vio la bolsa moverse y los recogió, con el cordón umbilical aún húmedo. Y ese alguien, una desconocida, gracias a que el Destino movió los hilos necesarios, terminó ofreciéndome a mí a Dudo.
Su segunda dificultad fue la dueña que el humorístico Destino le adjudicó. No contenta con llamarlo Elsa, a él, todo masculinidad, le daba biberones cada dos horas siempre que estuviera el sol alto en el horizonte; en cuanto oscurecía, los intervalos de dos horas iban prolongándose hasta que Dudo-Elsa, fuera de sí de indignación, hacía ruidos varios que conseguían que su dueña le diera un biberón ¡frío!
Superada esta traumática infancia, y una vez el veterinario hubo declarado como altamente inconveniente el nombre de Elsa para un gato macho, Dudo creció mucho, descubrió las ventanas abiertas, y que había un mundo inmenso ahí fuera. Poco a poco fue aventurándose, hasta que encontró graves dificultades que nunca he logrado averiguar, pero que tuvieron consecuencias nefastas para su integridad física. Volvía de sus excursiones "hecho unos zorros", cabizbajo, herido, humillado... Así que tomé la decisión de salvarle la vida, una vez más, y, con la ayuda de la veterinaria, lo hicimos un poco más Elsa. Le quitamos su fuente de desasosiego y lo convertimos en un gato gordo, feliz, sin preocupaciones.
A partir de ahí, el Universo Conocido se redujo un poco. Las ventanas abiertas perdieron todo interés, y el rayito de sol que entra por la mañana en la sala, y por la tarde en la cocina, fueron más que suficientes para sus necesidades de vitamina D; aunque no estoy del todo segura de que tome el sol por ese motivo.
Ahora ha llegado a la avanzada edad de once años. Su rutina diaria empieza entrando en el dormitorio cuando el Pulgón y yo tenemos la decencia de abandonarlo; nos mira con cara hosca y dolida, vuelve la cabeza y avanza con parsimonia hacia el edredón, que aún conserva el calor de la noche de sueño. Pasa la mañana entre el edredón y el alfeizar de la ventana, donde le da el sol tamizado por los árboles, y a través de la que mira el jardín, donde los perros gastan una cantidad enorme de energía, en un despliegue de juegos vanos e infantiles que él nunca entenderá. Los mira con desprecio, o quizá intrigado y con espíritu científico. Quién sabe cuáles son sus reflexiones.
A media mañana le entra hambre y se dirige sin prisas (siempre sin prisas, todavía queda mucho día por delante, no hay que precipitar los placeres) a su comedero. Sólo ahora, a sus once años, ha descubierto que hay alguna comida en el mundo que no le gusta: el pienso marca "Blacky" que le compré el otro día. Lo sé, soy cruel, ningún dueño de gato que lo quisiera de verdad haría algo semejante. Diré en mi defensa que era una situación apurada, y era la única marca que vendían en el supermercado al que voy. El pienso para gatos "Blacky" consta de corazónes color hígado (seguramente, sólo el color), huesitos color zanahoria (¿a quién se le ha ocurrido poner huesitos en un pienso para gatos?) y rombos color pollo. Pues Dudo sólo quiere los corazones. No creo que esté enamorado, quizá tienen un gusto que tolera. Pero los huesitos y los rombos le inspiran una profunda repugnancia, de manera que se dedica durante largo rato a separar con la pata lo que no le gusta y a tirarlo fuera del comedero, por si "esos perros" quieren comérselo. Bebe unos sorbos de agua de su taza especial, y vuelve al edredón o al solarium.
Unas horas después del frugal desayuno, la Naturaleza hace su llamada, y hay que atenderla. Se encamina lentamente a su retrete (intento que sea inodoro, pero por el momento, es retrete), una bandeja de arena con su tapa, para que haya más intimidad. Al entrar lo recibe un fuerte olor a amoníaco, porque su dueña, evidenciando una dejadez intolerable, hace días que no le cambia la arena. Sumido en negros pensamientos, se dirige al cuarto de baño, cuya puerta alguien, imprudentemente, ha dejado abierta y allí, en el suelo, al lado del inodoro (éste sí) humano, cumple con ambas funciones naturales, a saber: aguas mayores y aguas menores. Esto lo hace por el simple placer de fastidiar, y como denuncia pública del mal trato y vejaciones a que se ve sometido.
La tarde trae nuevos retos, pues hay que cambiar de ventana. La de la cocina da a la calle, por la que pasan perros, viandantes y coches. Dudo reflexiona acerca de todo lo que ve, y debe ser una actividad muy entretenida, porque puede estar horas en la misma posición.
Cuando el sol empieza a ponerse, es el momento de acomodarse en el sillón de la sala, esperando a que el Pulgón y yo nos sentemos a ver la tele, y acurrucarse en medio. Es su hora de ponerse cariñoso. Le gusta que le hagan caso, que le den calorcito y caricias. Y, si nos esmeramos, al final se duerme profundamente.
En general no es una mala vida.

5 comments:

Raquel said...

En mi próxima vida quiero ser Dudo. He dicho.

Elbereth said...

jajaja...magnífico el relato. Vivo con un "Dudo" activo, se mueve, realiza las cosas, pero siempre con esa sonrisa y serenidad que da la placided...me contará algún día su secreto?...

Anonymous said...

creo que si algún día tengo un blog, donde lecturas favoritas pondré "lego y pulgón".. ¡que fácil es "sentir" leyendo estas historias..!

Bea Roque said...

Hola amiga!! He llegado por casualidad a tu blog, y me he quedado "hipnotizada" por tus relatos durante casi 1 hora. Me he reído tanto con el relato de tu gato cuando comentas el tema de la comida Blacky (comosetepuedeocurrircompraralgoasí). Espero que no te moleste que visite tu blog para "cotillear" (que he leído que a tí también te gusta). Besos (también desde Tenerife). Bea

Lego y Pulgón said...

Nada, Bea, chicharrera, bienvenida.