05 August, 2006

Lujo

El otro día tuve que dejar a mi coche, del que estoy medio enamorada y con el que llevo más de cinco años de feliz convivencia, ingresado en el mecánico de urgencias. Como lo de vivir en el Quinto Pino tiene sus ventajas pero también sus inconvenientes, necesitaba urgentemente un coche prestado. Y me acordé de mi hermano, de viaje por tierras orientales y exóticas, cuyo vehículo dormitaba a la sombra sin imaginar el cataclismo que estaba a punto de llegar a su tranquila vida.
Mi hermano dijo sí sin pensárselo (es generoso y lo quiero), me indicó dónde encontrar las llaves, y fui a recoger mi coche sustituto. ¿Dije las llaves? Perdón, quise decir, La Llave. Bueno, La Cosa Rara, porque no tenía "palito". Primer reto, encontrar la forma de sacar el "palito" de su bello y cromado escondite. Una vez conseguido, se abrió la puerta y me recibió un olor intenso a Coche Bueno. Acostumbrada como estoy a los coches con olor a perro o a paja y heno (prefiero, sin duda esto último), aspiré profundamente para no perderme ni un matiz. Me senté utilizando los referentes espaciales habituales, y caí al vacío hasta llegar al asiento; lo que en mi coche necesita impulso hacia arriba (un ágil ¡Hale hop!), en éste es un esfuerzo por no ser engullido por un asiento anatómico que se encuentra varios metros por debajo del nivel del mar. Pero ¡qué cómodo! ¡Qué segura me sentí, rodeada por el asiento en todas las dimensiones del espacio, excepto por delante! El único inconveniente es que no veía a través del cristal, quedaba arriba, muy arriba; a la altura de los ojos sólo tenía el salpicadero. Pero no me importó: qué espectáculo de luz y color... Un montón de botones con siglas misteriosas, que intenté descifrar utilizando mis nociones de español, inglés y alemán. Desistí y me limité a mirar con asombro toda aquella tecnología a mi servicio.
Al cabo de un buen rato, haciendo alarde del espíritu aventurero y curioso que, de vez en cuando, me invade, descubrí una palanquita para elevar el asiento. ¡Caramba! Así sí se verá la carretera cuando me decida a sacarlo del garaje.
Dueña del mundo, arranqué el motor; el ruido, como el de un felino de grandes dimensiones, satisfecho después de una comilona, es adormecedor. Grave, profundo, pero suave. Por costumbre, miré por el retrovisor y no ví ningún humo negro de combustión diesel, otro nuevo asombro.
Llena de valor, empecé a maniobrar para salir del garaje. Me dió la impresión de que el Titanic se movió en su dia con más agilidad. Claro, que también me da la impresión de que el Titanic era muchísimo más pequeño y menos lujoso que el coche de mi hermano.
A la media hora escasa, salí por fin del garaje y me dirigí hacia el Quinto Pino, feliz, asombrada y agradecida.

***********************************************************************************

Hace ya un par de días que lo tengo. El coche debe pensar que ha muerto y ha ido al infierno. No creo que esté acostumbrado a carreteras secundarias de mala muerte, ni a ser aparcado al sol (espero que mi hermano nunca lea esto; si lo hace, juraré que se trata de una licencia literaria, es decir, de una mentira) encima de tierra y hierbas. Tengo que compensarlo de alguna manera. Porque hoy me ha hecho un servicio que va mucho más allá del cumplimiento del deber.
Hoy ha sido un sábado especialmente devastador, cuidando un cuerpo humano que, una vez, contuvo un espíritu bellísimo, pero que hoy está habitado por un ser egoísta, manipulador y asustado. Salí de su casa sin saber muy bien cómo seguir respirando, cómo ahogar el grito de impotencia y nerviosismo que tenía atascado en la garganta. Me subí al coche e, inmediatamente, me sentí bienvenida. Arranqué y empezó a funcionar el aire acondicionado, sin yo haber tocado ningún botón. El ruido del motor me acunó unos momentos, y salí a la carretera. La caja de cambios se deslizaba bajo mi mando, como si las mías fueran las órdenes más oportunas e inteligentes dadas por conductor alguno. Cuando tomé la autopista, pareció que mis dedos fueran por propia voluntad hasta los botones del equipo de música. Cold Play lo inundó todo, y volví a respirar, y el grito se convirtió en suspiro de alivio. Me acordé de mi hermano e, interiormente, le mandé un beso que debe estar ya camino de China.
Espero no perder nunca la capacidad de apreciar, saborear y agradecer (a quien corresponda), los lujos, pequeños y grandes, que me rodean.

1 comment:

Raquel said...

Aaaaaaaah siiiiiiii ... Sientes que el mundo es tuyo.