12 May, 2007

¡Athleeeeeetic!

El Gran Día.
Por la mañana desayunamos en "La Catedral", una cafetería muy cerca del estadio, con una bollería espectacular (Lego se emociona) y servilletas con el escudo del Club (a Pulgón se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que se limpia la boca).
Después de desayunar como reyes (o como animalitos hambrientos), damos un paseo hasta el Hospital Civil de Basurto, una visita que debería estar en todas la guías turísticas de Bilbao. Entras en los jardines y nada indica que se trate de un hospital, salvo que algunas de las personas que se sientan en los bancos van en bata y zapatillas. Creo que es de un poder terapéutico enorme el salir del ambiente hospitalario (a los que su enfermedad lo permita, claro) y reunirse con la familia, niños incluídos, al aire libre. La arquitectura que te rodea es de un claro sabor inglés y de otra época. Cuesta creer que alberga en su interior unas instalaciones modernas. Creímos entrever, por los paseos, a unos señores de barba blanca y bata almidonada que llevan ya casi cien años recorriendo el lugar con las manos a la espalda, hablando de si el descubrimiento del Dr. Fleming tendrá realmente aplicación práctica en el futuro o no.

Decidimos acercarnos al Parque de Doña Casilda, es Domingo y queremos tomarnos el día con calma. Es un parque precioso, también muy inglés (algo les pasa a los bilbaínos con lo británico, está clarísimo), con fuentes, muros de los que cuelga la wisteria, y sonidos de agua y pájaros. Como me temía, el Pulgón se transfromó en la Máquina de Fotografiar Plantas así que, previendo aburrimiento y mucho caminar, saqué del bolso mi libro, busqué un Árbol Amigo y me independicé. Al cabo de un buen par de capítulos, Pulgón volvió radiante, con la cámara llena de variedades vegetales que por las islas no se ven mucho.
Paseo por la Gran Vía en busca de un sitio donde almorzar. Me llama la atención un señor mayor, con su txapela, gabardina y paraguas, que camina sin prisas; la brisa entreabre el gabán y asoma una bufanda del Athletic. Calentando motores. Nos empezamos a poner nerviosos.

La tarde pasa en un suspiro, empapándonos de arquitectura y lluvia. Se acerca la hora. Volvemos al hotel para coger la bandera que trajimos de Canarias (metro y medio, siete estrellas verdes, como marca la Ley, quién me lo iba a decir a mí...), nuestras bufandas (quién me lo iba a decir a mí), el "Hola" (por si acaso, que los partidos son muy largos y no me gusta el fútbol) y pasar por una cafetería a comprar bocadillos. Las cosas, o se hacen bien, o no se hacen.

Llegamos al estadio con dos horas de antelación. Operación Bandera, con la ayuda de una cinta de embalar que nos prestaron en el Hotel (personal lleno de recursos). Nos sentamos, y me entretengo en analizar exhaustivamente la casa de Valentino en Gstaad mientras el estadio se llena. Y, de pronto, haciéndome dar un bote en el asiento, empiezan todos a corear un grito que inicia el señor de megafonía, y que pone la piel de gallina hasta a un témpano de hielo (futbolísticamente hablando) como yo. El famoso Sonido de La Catedral. Ahí lo tienes.


El "Hola" queda olvidado en el respaldo del asiento, y me descubro sintiendo una profunda (y, al paracer, ancestral) antipatía por el árbitro y por un chico maligno dotado de, al menos, ocho codos demoledores, llamado Sergio Ramos. Mientras el Monstruo de los Codos comete mil y un atropellos, los Muchachos (a estas alturas soy ya fan incondicional) consiguen meter un heroico gol. El que Los Otros marcaran cuatro no tiene mérito alguno. Primero, porque casi ninguno es de Madrid. Segundo, porque están llenos de codos, y eso no vale. Y tercero, porque Beckham esta feísimo teñido de amarillo pollo, color que le queda indiscutiblemente bien a Maui, pero que a él le sienta mal, mal de verdad. Pena de chico.

Los partidos, que en casa duran, al menos, tres horas y media, en el estadio pasan en un suspiro. Cuando le decía al Pulgón "No te preocupes, ahora remontan", suena el silbato del final. ¿Cómo? ¿Ya?

Mi querido esposo se despidió del amigo del alma (después de tantas emociones, casi hermanos) cuyo nombre nunca supimos y que se sentaba a su lado; él nos deseó buen viaje de vuelta, y regresamos al Hotel. Esto del fútbol "emocional" es agotador, no lo recomiendo. Pero a mí me gustó ir, ahora entiendo mejor por qué y con quién tengo que compartir el amor del Pulgón. Y mejor no hagamos al respecto una encuesta del CIS. Por si acaso.

2 comments:

Elbereth said...

jajajaja, Lego, eres un crack..., no hay cosa mejor que ponerse en la piel del contrario...para poder compartir gustos y aficiones, yo conseguí meter a Iván en un curso de cocina...y no veas lo que nos reímos...aunque no conseguí aficionarle de todas maneras, pero lo pasamos muy bien.

Raquel said...

Este mensaje se autodestruirá en 3 segundos y ante un juez negaré haber dicho esto pero ... leyendo tu mensaje, viendo la sonrisa de oreja a bufanda y de bufanda a oreja del pulgón ...¡me están entrando unas ganas locas de ir al fútbol! ¡Aupa! ¡Aupa! ¡Aupa!