
(Foto janusbc)
No sé dar la dirección exacta. En algún sitio dentro de mí. No figura en Google Maps, pero sé llegar sin perderme. Tiene un techo de cristal, por el que algunas personas se han asomado alguna vez, pero sólo yo puedo entrar. El interior es muy espacioso, y está fresco en verano y calentito en invierno. El suelo es de hierba, y hay troncos de árboles cuyas copas se pierden en las alturas, y que filtran la luz del sol o de la luna, según mi necesidad del momento. Se oye agua y hojas movidas por la brisa. A veces también oigo mi propia respiración. Nada más. Salvo que necesite poner en marcha el impresionante equipo multimedia con que cuenta Mi Lugar. Alta Fidelidad, DVD, video (beta y VHS), super8, televisión digital, todo tipo de instrumentos musicales, y una pantalla de cine con su proyector que dejaría sin aliento a cualquier superproductor de Hollywood con mansión en Beverly Hills.
No necesito lámpara para leer, pero, si la ocasión lo requiere, aparece un sofá de orejas con tapizado inglés, una lámpara de pie, la alfombra del comedor de casa de Baba (con los colores como si fueran nuevos) y una chimenea. La biblioteca es móvil: el libro que quiero recordar siempre está al alcance de la mano, sin necesidad de subirme a ninguna escalera, a pesar de que los últimos estantes están tan lejos hacia el cielo como las copas de los árboles.
Otras veces lo que me hace falta es una película, ya sea comercial o personal. Los colores y el sonido siempre son perfectos, y siempre nuevos e iguales al mismo tiempo. Si lo que busco es un recuerdo, ahí está, fresco y mío.
El mayor problema de Mi Lugar es que no puedo sacar nada de lo que hay allí. En el momento en que saco una foto, un olor, un minuto de infancia para compartirlo, se desdibuja y desaparece. El cerebro y la boca, fuera de Mi Lugar, no son capaces de describir los sueños, se convierten en torpes, simplificadores y decepcionantes instrumentos que no consiguen comunicar nada como es en realidad. Hace años esto me sacaba de quicio. Incluso en ocasiones, cuando visitaba Mi Lugar, me sentía encerrada, presa en él. A veces dejaba de ser refugio para convertirse en una pecera que me aislaba del mundo, cuando yo quería desesperadamente lo contrario. Pero ahora me he resignado a que hay un universo entero ahí dentro, y es como mis tripas. Y las tripas no se enseñan ni se prestan ¿a que no?
Pero esos órganos, esos microchips ocultos, son los que me hacen exactamente como soy. Eso sí lo comparto.
Visito Mi Lugar prácticamente a diario. A veces es una rutina, a veces entro como una exhalación, desesperada. En cualquier caso, siempre dejo algo en algún estante y siempre, siempre, me voy acompañada.