02 August, 2006

Chicho El Silencioso



No, no es un capo de la Mafia. Aunque, bien pensado, no lo sé con certeza.


El Domingo, el Pulgón y yo fuimos de paseo a la capital, a darnos un bañito de ciudad y quitarnos un poco los terrones de tierra de los zapatos. Visita al rastrillo dominical, compra de varias pulseritas de cuero iguales para los dos (dentro de NADA, nos echan del país por cursis) y almuerzo en una cervecería alemana con terraza. Al Pulgón se le antojó una salchicha de un metro. A pesar de mi advertencia materno-conyugal de que "si no se lo comía todo me iba a enfadar", terminamos pidiendo semejante atentado contra la decencia y la moderación.
Cuando dimos buena cuenta, en el sopor cuasi coma en que quedamos sumidos, nos fijamos casi al mismo tiempo en un perro pequeño y gracioso, si no me equivoco, un Schnauzer mediano sal y pimienta. Olisqueaba con gran interés un rincón y, fijándonos con más atención, nos dimos cuenta de que el objeto de su ansioso olfateo era un canario verde que casi no podía volar. Tenía su anillo en la pata, así que se trataba de un animal criado en cautividad, con muy pocas opciones de supervivencia en libertad (triste, pero cierto). El Pulgón lo cogió echándole por encima su camisa (sí, es verdad: a su lado, Superman es una birria de héroe) y nos lo llevamos.
Entonces se nos planteó un problema: dónde diantres conseguir una jaula un domingo por la tarde. Nos fuimos al Puerto de la Cruz, a cuarenta y un kilómetros de Santa Cruz, yo conduciendo, y el Pulgón con Chicho o Chicha en la mano (como homenaje a la salchicha gigante que nos había hecho tan felices antes y tan pesados ahora).
Llegamos a un centro comercial abierto en ese día festivo (las ciudades turísticas ya se sabe) y compramos una jaula que no me convenció en absoluto, pero que tenía puerta, suelo y dos palos para que Chicho se posara. Volvimos a casa con el pájaro dentro de su jaula, y le puse comida y bebida. Metió la cabeza en el comedero y hoy, cuando han pasado ya más de siete días, aún no la ha sacado. Sé que está vivo porque, de vez en cuando, bebe agua, y porque hace ruido al quitar la cáscara a los granos de alpiste. De resto, su silencio y su postura fija, a veces, me llevan a pensar que ha muerto y se ha ido al cielo, eso sí, con la barriga bien llena.
Hasta que no empiece a cantar, no sabremos si vivimos con Chicho o con Chicha. Por el momento, sólo es Chicho el Silencioso, y tal vez se trate de un capo de la mafia aviar, que escapó de sus secuestradores, miembros de la familia Cantaglia, antes de que le pusieran en las patas dos bloques de hormigón y lo tiraran al río (o bueno, al mar, que aquí ríos no hay). Y tal vez desconfíe de nosotros (la vida le ha enseñado a no dejarse engañar por buenas intenciones en forma de alpiste de calidad y mimitos varios), no creo que nos confunda con ningún miembro de los Cantaglia, tenemos pocas plumas para eso, pero podríamos ser matones a sueldo de alguna familia rival... Sé que me mira de reojo cuando cuelgo la jaula de un clavito en el patio. No saca la cabeza del comedero transparente (creerá que está blindado, pobre), pero me mira. Quizá con el tiempo consiga que confíe en mí y se caliente al sol de la tarde; incluso puede que utilice algún día el bañito de agua fresca que compramos para él. Tal vez.

3 comments:

Raquel said...

Enhorabuena! un nuevo miembro en la familia! Cuando se dé cuenta de dónde ha caído te va a dejar sorda a gorgoritos.

Raquel said...

¿Y bien? ¿ya canta el chiquillo?

Lego y Pulgón said...

¡Qué va! Sigue rodeado de misterio... (y con la cabeza dentro del comedero)