12 August, 2006

Se quema y muero


El Sitio está a cinco minutos a pie de la pista forestal más cercana. Cada vez que puedo, al amanecer o cuando se pone el sol, me llevo a uno de los perros a dar una vuelta al monte.
El suelo es blando bajo mis botas. Voy dejando una huella con cada paso, pero no siento que invado ni profano; siento que entro en casa de mis abuelos, de mis tatarabuelos, y que se me recibe con cariño, como ha sido siempre.
Nunca he querido llevar ningún aparato electrónico que reproduzca música; el sonido del silencio del monte es un placer auditivo, un vehículo que me lleva hacia dentro, hacia esa habitación interior, a oscuras casi siempre, y en la que estoy completamente a solas con lo que soy y lo que he sido, en todos sus matices, sin ocultar nada.
El perro es el acompañante perfecto, es como un eslabón entre el bosque y yo; su ser domesticado me lleva de la mano con su ser salvaje, para que yo pueda percibir la respiración de la montaña; para que perfeccione mi oído y mi olfato, y sea capaz de distinguir los sonidos y el olor de la vida. No de la Vida con mayúsculas: de la vida de esa mañana o esa tarde concretos, del momento irrepetible y grandioso que se me ofrece como espectáculo a mí, la invitada de honor, la hija pródiga que recupera su familia.
El aire es frío, incluso en Agosto. En el conjunto de la orquesta del monte, mis pasos tienen una partitura complicada de ejecutar, y procuro no perder el compás.
El paisaje es siempre cambiante, da la impresión de que se está haciendo un despliegue ostentoso de maravillas, y me hace gracia. Más de una vez me he reído en voz alta en mis paseos, y no me he sentido en absoluto ridícula.
Alguna vez paso por zonas de monte quemado. El pino canario es extraordinariamente resistente al fuego, incluso los ejemplares ennegrecidos, son capaces de enseñar brotes nuevos. Sólo por eso deben llamarnos con razón las islas Afortunadas. Los troncos negros y las pequeñas manchitas verdes hacen siempre que me detenga y me olvide de mi papel en la sinfonía. Da la sensación de que en estas partes del bosque hay más silencio aún; como si el proceso de la creación a partir de la muerte hiciera que la vida alrededor callara con asombro y respeto. Yo hago lo mismo.



¿Quién está matando a mi familia? ¿Quién me está robando? ¿De qué está hecha esa piel, esa nariz, esos oídos, esos pasos, esas botas?

3 comments:

Elbereth said...

Lo siento mucho Lego, me he metido en tu piel y he sentido tu coraje. Me alegro de que ante un enemigo común, tus islas sean un poco más "afortunadas"...

Anonymous said...

HOla soy Pablo el autor de la foto, me alegra que hayas usado mi foto para tu blog hay grandes fotos de los incendios habidos en galicia. Es una desolacion y una tristeza lo que esta pasando.

Un saludo

pablo Ferreira

marujims said...

Te felicito por expresar tan bien tus sentimientos, siempre he deseado vivir cerca de un bosque, lo mas parecido que tengo es un gran parque y mucho de lo que tu dices lo siento tambien cuando camino por las mañanas y solo me dedico a escuchar sus sonido, creo que quien esta haciendo esto nunca ha sentido lo que tu y yo por ello no sabe apreciarlo, lo compadezco.